Desde que le otorgan el Premio Nobel de Literatura a una periodista y luego a un compositor e intérprete musical, los que estamos en el medio literario (por ser noveles escritores, por la enseñanza de ésta o por placer llano) concluimos que, o nos estamos quedando sin literatos o los criterios de evaluación de la Academia sueca han sido reformulados. Aclaro que no desconozco la calidad del trabajo de Dylan (o de su antecesora en este premio); antes bien, enfoco el punto en que, desde mi perspectiva, los criterios de evaluación para otorgar el reconocimiento han sido modificados y la Academia no se ha pronunciado sobre ello. Habrá que esperar el informe oficial en pocos días.
De la entrega del Nobel hacia abajo, nada causa sorpresa. Planeta, Alfaguara, Norma, entre otras, realmente premian a escritores con quienes tienen un contrato firmado o con quienes han firmado recientemente uno nuevo (y publicarán sus textos más tarde).
La industria 'no da puntada sin dedal'. Es decir, la Editorial A no premiará a un escritor excepcional que tiene acuerdos de exclusividad con la Editorial B, tanto más si ella (A) no venderá un sólo libro que represente para sí misma una retribución al pago del premio (sin hablar de la utilidad que aspira ganar luego del recaudo de su inversión).
No sucede lo mismo con premios literarios organizados por el Estado, instituciones sin ánimo de lucro o por universidades públicas o privadas que aportan a la cultura. Con frecuencia, su proceso de selección de obras literarias se basa en convocatorias abiertas, los escritores firman con seudónimo como garante para los participantes y, además, contratan a jurados cualificados cuyos nombres no se divulgan hasta la entrega del premio con el propósito de evitar el llamado tráfico de influencias, quienes realizan la evaluación y clasificación de los textos recibidos. Considero que en este campo hay más posibilidades para voces noveles y veteranas.