Me acuerdo que hacía un frío de muerte en mi habitación. Tenía un edredón, pequeño no, pequeñísimo; si metía un brazo al calor, una pierna salía al frío, y viceversa. Decidí que podría sacrificar un brazo. Total, el brazo malo, por una noche...
A la media hora empecé a notar un cosquilleo en mi miembro sacrificado. Ya está, se congela. Eso pensé. Pero el cosquilleo subió, lentamente, primero al hombro, y después a mi cara. Paso por los labios y escaló la nariz, y allí, frente a mis ojos, se presentó una oruga. 'Saludos, humano', me dijo, 'mi nombre es Anacleto y vengo a ofrecerte un trato'. Me sentí ofendido. Aquel bicho estaba interrumpiendo mi intimidad, escalando hasta mi nariz en plena noche, para hacer negocios. Le respondí, de mala gana, que me dejara dormir. 'Pero esta es una oportunidad única, amigo. Solo hoy podrás comprarme a mitad de precio y recibir mis servicios. Mañana valdré el doble; no, ¡el triple!'.
Pensé en una manera rápida para despachar al insecto. '¿Y cuáles son, si me permites la pregunta, los servicios que puede ofrecer una babeante e insignificante oruga?'. La oruga dio una vuelta sobre sí misma, como si estuviera bailando, y sonriente me respondió, 'ninguna, una oruga no vale nada. Pero mañana seré mariposa y podré volar para ti'.
Me gustó la idea. Una mariposa, con su don de vuelo, podría traerme múltiples beneficios. 'Está bien. Cuelga de mí brazo y mañana conviértete en mariposa', y la oruga se arrastró lentamente, haciéndome cosquillas por todo mi cuerpo; volvió a bajar por los labios, hasta mi cuello y mi clavícula, y cruzó mi hombro hasta mi brazo, pero entonces, desapareció. '¿Dónde estás?', grité. No alcanzaba a oír su diminuta voz. Seguí gritando sin obtener una respuesta, así que me levanté y moví mis brazos por el edredón en busca de mi futura mariposa. Entonces me di cuenta de que mi brazo estaba congelado. No lo sentía, como tampoco sentí a la oruga aplastada entre el brazo y la pared.
A mí eso me pasó, no se a vosotros...