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Gorila
Gamma
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Hola ForoBeta, hace tiempo que no te escribo. Una lata de cerveza acaba de cortarme el labio superior, y ni siquiera siento el dolor; así sé que es momento de escribir.
Todo se remonta a hace cuatro años, cuando trabajaba como basurero en mi ciudad. Recorrer tu ciudad, agarrado a un barrote de la parte de atrás de un camión, a las cinco de la mañana, es la mejor forma de conocer a tus vecinos. Todos duermen, pero todos hablan.
Llevaba dos semanas obsesionado con un contenedor. Era la basura de una mujer que vivía en la zona urbanizada. Por si no lo sabías, la basura de los ricos es muy diferente a la basura de los pobres; a veces, ni siquiera es basura. En este caso, el contenedor de esta mujer era comida. Más de cien bollos de canela rebosaban del contenedor el primer día. El segundo, también; así el tercero, y todos los días hasta que pasaron dos semanas.
Llegó el día en el que el contenedor, para mi sorpresa, estaba vacío. Me acerqué a la casa para investigar. Esperaba ver algo, aunque no sabía el qué, pero cuando me di cuenta, el camión marchaba y mis compañeros se alejaban. Salté la verja y caí en las espesas hierbas de la entrada. Cuando me reincorporé la vi, frente a la puerta, era una mujer de unos cincuenta años, rubia y ancha; sus pechos se abrían camino por la hendidura de la bata, y sus muslos blanquecinos se cruzaban a la vista. '¿Qué haces, basurero?', me dijo mientras le daba una larga calada a un cigarro. Intenté explicarme, decirle que me había preocupado al ver el contenedor vacío, pero me cortó. 'Supongo que querrás entrar', dijo, y entró, dejando la puerta abierta. La seguí torpemente y crucé la puerta.
La casa estaba completamente vacía en su interior. No quiero decir que no hubiera muebles, pues una mesa redonda posaba en el centro; lo que no había eran paredes, toda la casa era una habitación. Para cuando me acerqué la mujer ya estaba sobre la mesa, bailando sobre sus alargadas piernas. No se escuchaba música, ni falta que hacía para hipnotizarme con su sensual movimiento. '¿Qué buscas?', me dijo. No soltaba el cigarro. 'A ti, creo', le respondí, e intenté subirme a la mesa, pero me echó de una patada. Me levanté con rabia y volví a intentarlo, pero de nuevo, puso su pie desnudo sobre mi pecho y empujó hasta que caí de espaldas. 'Joven, ¿cómo vas a tenerme si ni siquiera eres capaz de subir?', me dijo con una risa malévola. Por tercera vez volví a intentarlo, pero con fuerza esta vez. No escalé la madera, sino que de un salto me puse frente a ella, y la abracé. Por un instante noté su aroma de canela. El olor me penetró hasta dentro e hizo que la abrazara más fuertemente, apretando sus pechos contra mi cuerpo, pero entonces resbalé, y volví a caer al suelo de espaldas. Ella seguía riéndose y bailando con su ritmo hipnótico. '¿Quieres tenerme?', me dijo mientras se levantaba la bata y mostraba su ingle. Me arrodillé. 'Por favor', supliqué. Bajó lentamente de la mesa, y cuando levante la mirada agarró mi cabeza y empujó hacia abajo. 'No dejo que me mires', sus pies eran lo único que podía ver entonces, 'aunque podrás hacerlo, si eliges bien', dijo, y me soltó.
Cuando levanté la mirada, la mujer había desparecido, y en su lugar estaban dos chicas jóvenes, una pelirroja y la otra morena. La pelirroja, que vestía una falda de seda trasparente, me dijo que si la escogía a ella tendría que conseguir el diamante de escarlata. Por la morena, que llevaba un traje de piel de leopardo, en cambio, no tendría que hacer nada.
¿A QUIÉN ELEGÍ?
A - Pelirroja
B - Morena
Todo se remonta a hace cuatro años, cuando trabajaba como basurero en mi ciudad. Recorrer tu ciudad, agarrado a un barrote de la parte de atrás de un camión, a las cinco de la mañana, es la mejor forma de conocer a tus vecinos. Todos duermen, pero todos hablan.
Llevaba dos semanas obsesionado con un contenedor. Era la basura de una mujer que vivía en la zona urbanizada. Por si no lo sabías, la basura de los ricos es muy diferente a la basura de los pobres; a veces, ni siquiera es basura. En este caso, el contenedor de esta mujer era comida. Más de cien bollos de canela rebosaban del contenedor el primer día. El segundo, también; así el tercero, y todos los días hasta que pasaron dos semanas.
Llegó el día en el que el contenedor, para mi sorpresa, estaba vacío. Me acerqué a la casa para investigar. Esperaba ver algo, aunque no sabía el qué, pero cuando me di cuenta, el camión marchaba y mis compañeros se alejaban. Salté la verja y caí en las espesas hierbas de la entrada. Cuando me reincorporé la vi, frente a la puerta, era una mujer de unos cincuenta años, rubia y ancha; sus pechos se abrían camino por la hendidura de la bata, y sus muslos blanquecinos se cruzaban a la vista. '¿Qué haces, basurero?', me dijo mientras le daba una larga calada a un cigarro. Intenté explicarme, decirle que me había preocupado al ver el contenedor vacío, pero me cortó. 'Supongo que querrás entrar', dijo, y entró, dejando la puerta abierta. La seguí torpemente y crucé la puerta.
La casa estaba completamente vacía en su interior. No quiero decir que no hubiera muebles, pues una mesa redonda posaba en el centro; lo que no había eran paredes, toda la casa era una habitación. Para cuando me acerqué la mujer ya estaba sobre la mesa, bailando sobre sus alargadas piernas. No se escuchaba música, ni falta que hacía para hipnotizarme con su sensual movimiento. '¿Qué buscas?', me dijo. No soltaba el cigarro. 'A ti, creo', le respondí, e intenté subirme a la mesa, pero me echó de una patada. Me levanté con rabia y volví a intentarlo, pero de nuevo, puso su pie desnudo sobre mi pecho y empujó hasta que caí de espaldas. 'Joven, ¿cómo vas a tenerme si ni siquiera eres capaz de subir?', me dijo con una risa malévola. Por tercera vez volví a intentarlo, pero con fuerza esta vez. No escalé la madera, sino que de un salto me puse frente a ella, y la abracé. Por un instante noté su aroma de canela. El olor me penetró hasta dentro e hizo que la abrazara más fuertemente, apretando sus pechos contra mi cuerpo, pero entonces resbalé, y volví a caer al suelo de espaldas. Ella seguía riéndose y bailando con su ritmo hipnótico. '¿Quieres tenerme?', me dijo mientras se levantaba la bata y mostraba su ingle. Me arrodillé. 'Por favor', supliqué. Bajó lentamente de la mesa, y cuando levante la mirada agarró mi cabeza y empujó hacia abajo. 'No dejo que me mires', sus pies eran lo único que podía ver entonces, 'aunque podrás hacerlo, si eliges bien', dijo, y me soltó.
Cuando levanté la mirada, la mujer había desparecido, y en su lugar estaban dos chicas jóvenes, una pelirroja y la otra morena. La pelirroja, que vestía una falda de seda trasparente, me dijo que si la escogía a ella tendría que conseguir el diamante de escarlata. Por la morena, que llevaba un traje de piel de leopardo, en cambio, no tendría que hacer nada.
¿A QUIÉN ELEGÍ?
A - Pelirroja
B - Morena