
José Faria
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Un trágico primero de mayo, los socialistas siglo XXI incrementan el salario mínimo y el resultado es el cierre de cientos de empresas y como consecuencia más desempleo.
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Hay un zumbido en el aire. No se escucha, pero está ahí. Como el eco de una sierra lejana cortando los cimientos de un país que ya no se sostiene por sus propios pies.
Le dicen “socialismo del siglo XXI”. Bonito nombre, ¿no? Suena a progreso, a futuro. A un invento nuevo con olor a esperanza vieja. Pero en la práctica… es más como un cáncer. Silencioso. Persistente. Letal.
Cada año suben el salario mínimo un 10%, así, sin anestesia. Sin mirar si las empresas pueden con eso. Como quien sube el volumen de la radio sin importar si los parlantes se revientan. Y claro, se revientan. Primero cierran las grandes (sí, esas que parecen imposibles de tumbar, como Pepsi), y luego vienen los pequeños. Los del restaurante de la esquina. El panadero que ya no puede pagar ni la harina. El mecánico que apagó la luz de su taller y no volvió a abrir más.
Con cada cierre, hay una historia que se rompe. Gente que vuelve a casa con los bolsillos vacíos y la vergüenza colgada del cuello. Familias enteras que aprenden a vivir con menos… hasta que ya no hay nada.
Y lo más perverso: aquí no se puede sobrevivir al margen. En otros países, como Argentina, hay quienes contratan en negro, arreglan por fuera, se ayudan a sobrevivir entre la ley y la necesidad. Pero acá, no. Aquí el sistema tiene colmillos. Si un empresario se atreve a contratar a alguien por debajo del salario mínimo (aunque el otro esté de acuerdo, aunque sea por necesidad), el juego se convierte en trampa. El trabajador puede demandarlo. Y entonces sí que duele. Porque no solo debe pagar lo que debe, sino diez veces más. Un castigo ejemplar. Una ejecución pública.
Y los jueces… bueno, ellos no fallan por lógica. Fallan por consigna, por ideología, por miedo. Siempre a favor del empleado, incluso si eso significa enterrar una empresa que daba trabajo, que producía, que respiraba. La cierran. Así. Como si fuera un bicho al que hay que pisar.
Esto no es un cuento. No hay monstruos con colmillos ni zombis en las calles. Lo que hay es algo peor: un sistema que se devora a los que intentan construir. Un modelo económico que no quiere empresarios, solo sobrevivientes. Que reparte pobreza en nombre de la justicia.
Y lo más triste… es que la mayoría ya se acostumbró al sonido del cierre de persianas. A los carteles de “liquidación por cierre”. Al silencio después de las fábricas vacías.
Eso es lo que hace el “socialismo del siglo XXI”. No aparece de golpe. No explota. Se filtra como humedad en las paredes. Y un día, cuando ya estás empapado, entiendes que todo se pudrió desde adentro.
Pero ya es tarde.
@ h1n1 sabe la respuesta... 😉ando perdido, ayudaaaa forobeta sigue pagando por crear temas?
xd le esta metiendo duro parece@ h1n1 sabe la respuesta... 😉
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