La verdad es que por muy racional que intente presentarse la anterior afirmación, si en el fondo se intenta expresar una intencionalidad sana, esta se ha expresado en términos inadecuados.
De dónde nace el pretendido "derecho" que me permite crear en el otro la necesidad de mis servicios, por muy bueno y diestro que sea, lo crea o lo parezca ante la opinión de terceras personas, incluyendo la mía.
Mas para un tratamiento transparente y sano, no manipulador, ni vendedor de humo mágico que ponga al "cliente" a correr detrás del arcoíris, pienso que lo sano es argumentar y enseñar a razonar al otro para que comprenda lo bueno, pertinente, las ventajas y el tiempo ganado o disponible para dedicarlo a otras cosas gracias a la seguridad, el diseño, el racional consumo de recursos, etc., etc. Pero eso de vender la necesidad mía al otro me parece manipulación pura y dura.
Ya sé que vivimos en un mundo despiadado, donde cada día se impone a trocha y mocha la Ley del más fuerte o la ley de la selva, pero no estamos obligados a aceptarla, convalidarla y menos a reproducirla como si fuera una especie más de la naturaleza.
No se trata tampoco de regalar el trabajo, pero no considero correcto imponer a otro la necesidad de mi, porque ello aunque le pongan el nombre que quieran, es crear esclavitud y no prestar un servicio, algo muy diferente a que sea el otro quien reconozca mis destrezas, habilidades, experiencia y conocimientos, lo cual en una persona mayor deviene más de una vez en sabiduría, sea lo que lo lleve a tomar la decisión de ahorrarse realizar ese trabajo y entregarlo a otro, concentrándose en otro asunto que también necesita atender y es capaz de realizarlo bien con menor esfuerzo y menos gastos.
Es decir, según mi modo de entender la relación de comercio con el otro, prefiero educarlo, aunque ello me lleve tiempo enseñándole que aprenda a aprender y también aprenda a aprehender, pero cuando el otro decida, será porque lo razonó consciente, sin inducción o manipulación, sino mostrándole el camino hacia la construcción del conocimiento, algo que la escuela y la universidad no enseña a nadie excepto a la descendencia y generación de relevo de las élites que dirigen esas instituciones.